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Al memorable Heberto Padilla

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Al memorable Heberto Padilla Contra humo y ceniza, amigo.  Que no reduzcan nuestras vidas a eso.  Tratemos que el olvido no nos venza,   que la mesa en desorden   no impida escribir sobre el paraje  donde se depositan las mejores ilusiones. Llega el verano y demasiado resplandor impide mirar de frente  a las esbeltas muchachas que nada saben de ti,  pero que con seguridad te hubieran amado. Si conocieras a la que inspira mi atardecer,  mandarías a una escuadra de poetas rusos   que dispararán contra esta repentina locura.  Así a veces somos, tercos, pretenciosos.  Nos tambaleamos, estamos a punto de cerrar los parpados,  y a pesar de esto, creemos con inusual vehemencia  en el nuevo rostro que se acerca. Que no te rompan la alianza, que no te impidan cenar  con la loba solitaria en el radiante huerto.  Ya bastante nos han encausado, asustados hemos ido por el mundo… San Francisco, C.A. 2000

Poema: El Hombre cruz

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El hombre cruz, cuya boca es un manantial de perdones,  sabe el disfraz que hay que ponerse en esta época  de bombas y estandartes. Con la barba amarillenta y  sandalias desvencijadas,  se sienta conmigo a tomar un café en una de esas fondas que hieden a grasa que se pudre. Luego, en silenciosa marcha nos encaminamos  a la vieja ceiba, hacemos la ronda en busca del amor  que a toda costa hay que recobrar,  para bien de los hombres, y para bien de mi mismo. Hay gente que al verlo lo distingue,  y le pide con insolencia un traje de novia,  la carpa de un circo,  caballos de pura raza que asciendan ligeros  hacia la cima de una montaña.  Y cuando el hombre cruz, pálido como la cera derretida, nada puede ofrecerles,  la gente enfurecida se pregunta:  ¿quién es ese que vende limones  en los cruces de los arrabales  y lo persigue una jauría que lame  las llagas purulentas de sus tobillos? Y el hombre cruz poco antes de partir, confies

Eduardo Campa un poeta que dormia dentro de un roto carro.

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Reunion

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De la palabra a la plástica: dos artistas polifacéticos ELENA IGLESIAS Especial/El Nuevo HeralEl Nuevo Herald Empezó a escribir a los 18 años y hoy tiene 28 libros publicados, entre novelas, ensayos y poemas. ''Estoy feliz con mi obra'', dice el escritor y pintor cubano Carlos Díaz Barrios, que salió al exilio en 1980. Afirma además que siempre ha tenido interés por la pintura. ``De niño tuve la suerte de conocer a importantes pintores cubanos que me marcaron. Por ejemplo, mi abuela era amiga de Amelia Peláez y yo le llevaba casi todos los días a Amelia un dulce de su parte. Ella siempre quiso regalarme un cuadro, pero en esa época su pintura me parecía muy femenina y nunca se lo acepté. Hoy me pesa. Solamente al final, me regaló una jarra de cerámica azul donde tenía los pinceles, que siempre guardé con cariño''. Para Díaz Barrios, pintar es como correr una ventana y ver como sale el sol. El artista ha pintado febrilmente desde
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18 diciembre Exposicion De la palabra a la plástica: dos artistas polifacéticos ELENA IGLESIAS Especial/El Nuevo Herald C.M. Guerrero/El Nuevo Herald 'Jinete hacia el abismo", de Alejandro Lorenzo. Empezó a escribir a los 18 años y hoy tiene 28 libros publicados, entre novelas, ensayos y poemas. ''Estoy feliz con mi obra'', dice el escritor y pintor cubano Carlos Díaz Barrios, que salió al exilio en 1980. Afirma además que siempre ha tenido interés por la pintura. ``De niño tuve la suerte de conocer a importantes pintores cubanos que me marcaron. Por ejemplo, mi abuela era amiga de Amelia Peláez y yo le llevaba casi todos los días a Amelia un dulce de su parte. Ella siempre quiso regalarme un cuadro, pero en esa época su pintura me parecía muy femenina y nunca se lo acepté. Hoy me pesa. Solamente al final, me regaló una jarra de cerámica azul donde tenía los pinceles, que siempre guardé con cariño''. Para Díaz Bar
Nací en una Cuba que ya no existe, en una Habana que de tanto recordar ahora es invisible, 1953, año de la Serpiente, en Abril, un 18, la primavera, tiempo de suerte. Nací medio estrangulado, al parecer no quería salir, fue en la Calzada del Cerro, en un hospital con nombre de virgen, frente a un tren de lavados, allí los chinos y sus fogosas mujeres, al lado de un convento de muchachas inútiles. Estudié arte porque no quería ser químico azucarero, ni mecánico de carreras de autos. Escuela San Alejandro, desdibujaba, malas notas, buen profesor de historia de Arte, Alejo, buenas notas. Persistí como pintor hasta los 70, fui expulsado y terminé en los bosques del Este, en las montañas, comencé a escribir versos incendiarios, nada de eso queda, quizás algún que otro poema en los archivos de los que hoy son viejos gendarmes.