HISTORIAS EN LOS TIEMPOS DE LAS MASCARAS


 

HISTORIAS EN LOS TIEMPOS DE LAS MASCARAS

 

Por Alejandro Lorenzo.
 
La novela En el nombre de la Rusa Ediciones Bokeh 2025 de María Cristina Fernández (Santiago de Cuba (1970) demuestra que es una escritora con una audaz capacidad de abordar mediante las historias que escribe, una perseverante búsqueda por la verdad y la compresión humana, dentro de entornos y situaciones en su mayoría extremos.
La obra está compuesto por 26 capítulos con sus respectivas 159 páginas. El marco narrativo se desarrolla en medio del azote de la pandemia del Covid 19.
Hay dos grupos que desfilan e interactúan en esta novela. Los primeros: Empleados de una biblioteca pública, donde trabaja   la rusa Svetlana. Personaje que desde las primeras páginas atrapa y escandaliza al lector, por llevar a cuesta una tonelada de amargura, frustraciones y odio a su semejante si es que todos estos defectos en su personalidad se pudieran pesar.  
Es cierto que odio a la humanidad.  Reconoce la Rusa y defiende y justifica en casi todos sus monólogos su animadversión, en especial hacia los hombres.
 Conocí la pesantez del cuerpo del hombre su propensión a la bestia. Conocí el desgarré, la fuerza hincando en un terreno donde todo debía ser ofrendado y no violentado.
El segundo grupo corresponde a los Usuarios, en su mayoría desamparados que pernoctan por la noche en casas de campañas entre la maleza de un parque próximo al Centro de lectura, a donde por el día, en horarios laborables, acuden a leer o aparentar que leen, a usar las computadoras para escribir y luego solicitar que impriman lo que han escrito, ambos servicios  que con frecuencia solicita la afroamericana apodada Madre, cuya hija (Rochelle) pasa también el tiempo frente a una de las mesas del recinto, dibujando o copiando del internet ilustraciones de los comic japonés nombrados Manga.
Pero hay una justificación mayor en el literalmente asalto y ocupación a esta biblioteca por parte de Los sin Casas, que es la imperiosa necesidad de refugiarse y estar a salvo del sol abrazador, la lluvia, y la pegajosa humedad de una ciudad como Miami erigida y asfaltada sobre pantanos. Además,    aprovechar el confortable aire acondicionado, y el uso de los baños para asearse y hacer las consabidas  necesidades fisiológicas.                                                                                                                                               La aparición del mortífero virus que cobro 15 millones de vidas a nivel mundial, quebró, y alteró dramáticamente las vidas de ambos grupos.
Es de esa manera que la autora edifica una galería donde tanto los personajes que viven en la marginalidad, como los empleados de la biblioteca, entablan relaciones de una inusual familiaridad que en otras circunstancias no se hubieran producidos. Son tiempos donde los invisibles se hacen visibles. La cercanía con el fin crea sin distinción, inéditos lazos entre los hombres.
Las tareas propias de una biblioteca cambian drásticamente, y el personal se ve obligados hacer cumplir estrictas regulaciones sanitarias para contrarrestar la proliferación del virus.  
 Tengo que hacer como si me importara cuidar la salud de todos, se dice con rabia la retorcida Svetlana, y agrega: …desinfectar los libros que sacamos del contenedor de afuera, libros a los que debo limpiar con alcohol y a los que con gusto les acercaría un fósforo.




En el nombre de la rusa se enmarcaría en el realismo sucio adscrito a esa literatura transgresora heredada de los escritores norteamericanos Charles Bukowski, Jack Keroruac y Silvia Plath, además el de sus compatriotas Guillermo Rosales y Eddy Campa.
Agregándole un estilo donde se puede tropezar de golpe con el horror, que ella lo convierte con  extraordinario talento y elegancia en poesía.¿ Un nuevo genero. ¿Poesía del horror, o en el horror?
En esta novela, suele hacerse cumplir al unísono funciones de testigo y protagonista, un sello narrativo que le ha brindado a la autora dos publicaciones anteriores conectadas a la presente novela, como si perteneciera a una trilogía. P (2020) Ediciones Furtivas, relatos inspirados cuando impartió clases de literatura a presos de largas condenas en una cárcel estatal, obra que ganó Medalla de Plata en el certamen del Florida Book Awards, y el poemario Miracle Mile (2021) publicado por Casa Vacía, nacido de la experiencia en una cocina de un lujoso y concurrido restaurante de Miami.  
Al parecer la escritora lleva de la mano al lector, como si le dijera: Anda y mira hacia donde nunca te habías fijado, descorre las cortinas, baja las ventanillas del auto y en los oscuros recodos, contempla el paso de las siluetas de los que viven en el mundo como nunca hubieran nacido.                                                                        Nos señala que la creación no solamente es un disfrute estético. Que un texto que conmueva, trascienda y no lo olvidemos, debe mostrar tanto la fragancia de los jardines en los barrios opulentos, como la pestilencia que brota de los que no aparecen en las guías turísticas.  
Dios que hace maravilla con la mierda, es capaz de transformar los excrementos, los residuos, en abono natural …Reflexiona o alucina el personaje de Mónica, la bibliotecaria o tal vez la misma escritora de la presente obra, mientras camina por los alrededores en su horario de receso. Y agrega: …De pronto tuve una extraña visión, decenas de escarabajos azules, verdes y dorados como el del cuento de Poe, sobre el cuerpo de la muchacha que yo presumo muerta, afanándose en 
su descomposición.                                             
Mónica le entrega los manuscritos de la novela que ha escrito para saber su opinión, a su compañera de trabajo, la argentina Andrea Armandini, (Se supone que los manuscritos correspondan a En el nombre de la Rusa, ¿ ficción dentro de la ficción?                               

…deberías proponerte escribir otra cosa
. Le aconseja Andrea.  Es que no sepas hacerlo, es que a puntas a donde no es. Si yo fuera tu, cambiaria radicalmente el tema y el contexto                                     
Y más adelante le sugiere: Escribe algo más picante, mujer. Escribe de sexo, eso si vende. Vete a Pussy Cat, o a cualquier otro antro de esos y recoge historia entre las strippers.                                              La tal Andrea que sus compañeros la apodan B B por lo del Botox y bisturí. En su juventud trabajaba en una tienda esotérica haciendo consultas metafísicas, registros de auras y hasta lecturas del I Ching, alternado los fines de semana como una exuberante bailarina de belly dance, además de otros bailes eróticos o exóticos adquiriendo clientes que disfrutaban y le pagaban por sus encantos.  
Andrea que bien podría figurar en un guion del director de cine español Pedro Almodóvar, le da un toque de humor en medio del drama en que se desarrolla la novela.                                                  
La relación que se establece entre ella y Svetlana en uno de los  capítulos medulares podría afirmase que son reveladores para descubrir la controversial personalidad y conducta de la Rusa.
Lo curioso es que Andrea Armandini trabaja conmigo en la misma biblioteca y yo no suelo mantener relaciones con mis colegas de trabajo, ni adentro, ni afuera. Y aclara a modo de justificarse: Si algo me atrajo de ella fue su voz que me hace creer que puedo ser menos mala entre los malos.                                                                        
María Cristina Fernández que en buena parte de sus obras hace gala de alterar los tiempos, cortar y componer a su antojo el tejido narrativo, con giros inesperados, admirablemente desconcertantes, esmera en el capítulo cuando la culta Svetlana admiradora de su compatriota la teósofa  Helenna  
Blava tsky, acude al apartamento de Andrea con el fin de someterse a una consulta de regresión         
de vidas pasadas.
Tu linaje se entronca con el mismísimo Gengi Khan. Eres un alma muy vieja, siempre acostumbrada a una vida con lujos. Así comienza la sección de La Bruja como le llama con desde a su compañera de trabajo. No le cree, duda de su capacidad de descubrir su verdadera vida  y menos las.     de sus vidas pasada. Piensa hasta que pude ser una impostora.                                                                                       Pero hay instante que la consultante habla de imágenes  que entreve  a ella tendida sobre la nieve, en un bosque aledaño a su casa en el natal San Petersburgo, ha sido violada brutalmente y abandonada, un hecho del pasado que nunca ha compartido con nadie, que lo ha guardado en secreto de una forma obsesiva y enfermiza, y es en ese instante cuando la endurecida rusa se quiebra. Se vuelve vulnerable.     Llora como lo hace cualquier simple y mortal humano. Los capítulos finales resumen una suerte de reuniones entre los empleados para exponer sus preocupaciones, logros y fatalidades de una forma parecida a una psicoterapia de grupo en una institución de salud mental, evocando quizás esas reuniones que aparecen El Decamerón de Giovanni Boccaccio, escrito durante el estallido de la mortífera epidemia de peste negra en la Florencia del 1348, que obliga a sus personajes a retirarse a una mansión campestre, donde deciden contar sus vidas y los secretos pecados. Lo secreto de este ritual entre los empleados y un par de lectores selectos de la biblioteca está asociado al nombre de otra rusa: Valentina Pavlovna Wasson. Pero toca a los lectores descubrir la naturaleza del ritual y el porqué de la    intervención de una última rusa en la historia. 
En cuanto a mí como lector tengo una asociación muy particular con la novela por el título de un cuadro colgado en una exposición a la que asistí hace un tiempo: No importa la máscara que uses, yo descubriré tu alma.


     






























 


























Comentarios

Entradas populares de este blog

UN TERRITORIO QUE OFRECER

ARTE Y CASTIGO EVENTO 2023

De Nuevo el arca Rusa. Actualización de los desgarradores acontecimientos actuales.