A mis hijos, Giddelis y Ramses R amas que nacen del mismo tronco. Árbol sembrado para que en el porvenir no se transformará en carnicero del alma. En la lejanía los vi crecer, y detrás de las cercas en un soplo se van los años. Los mensajes llegaban tardíos en aquel territorio donde alabanzas y maldiciones se gritan en otra lengua. Una sonrisa nunca será plena dentro de un sobre sellado. Poco faltó para perderlos en aquella huida. La libertad tuvo más fuerza que permanecer amándolos. Y no les pude cumplir la promesa de cambiar el mundo. Hubo tantas patrias, que al final ninguna fue verdadera. Afortunados ustedes que nunca donaron sus manos para construir la tribuna que se debía reverenciar. Al menos preservaron el canto al que lleva a cuesta un planeta roto. Bendecidos en esta concurrencia que el capricho del Eterno ha propiciado. Dichosa la grandeza de quienes abren sus brazos al que retorna con destellos que sin
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Mostrando entradas de diciembre, 2018
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S oy madero. Afuera cuelga en oscilante ocio la fruta que cae y se fermenta. En la corteza el bálsamo marca la piel de quien busca reposo. Quien me iguale lo sacudirá el viento. Sabrá de inclinación y ruptura. Querrá ser fuego que no sangre. Bestia, dios, hoguera de espigas. Contemplad los pájaros picotear Hasta crear el surtidor de aserrín que estiban al amanecer caravanas de hormigas. Todo resguardo, sin distinción. Luz que verdea cuando los amantes se tumban fuera o dentro del bosque. Ámame mientras dure. Detrás del puente cuyos pilotes atañen a los talados troncos que a veces sangran Dentro del tren que surca entre los arcos cuyas sombras enarbolan Esperad mi ascensión y hurgare con dóciles golpes los ventanales del aposento.
Al memorable Heberto Padilla
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Al memorable Heberto Padilla Contra humo y ceniza, amigo. Que no reduzcan nuestras vidas a eso. Tratemos que el olvido no nos venza, que la mesa en desorden no impida escribir sobre el paraje donde se depositan las mejores ilusiones. Llega el verano y demasiado resplandor impide mirar de frente a las esbeltas muchachas que nada saben de ti, pero que con seguridad te hubieran amado. Si conocieras a la que inspira mi atardecer, mandarías a una escuadra de poetas rusos que dispararán contra esta repentina locura. Así a veces somos, tercos, pretenciosos. Nos tambaleamos, estamos a punto de cerrar los parpados, y a pesar de esto, creemos con inusual vehemencia en el nuevo rostro que se acerca. Que no te rompan la alianza, que no te impidan cenar con la loba solitaria en el radiante huerto. Ya bastante nos han encausado, asustados hemos ido por el mundo… San Francisco, C.A. 2000
Poema: El Hombre cruz
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El hombre cruz, cuya boca es un manantial de perdones, sabe el disfraz que hay que ponerse en esta época de bombas y estandartes. Con la barba amarillenta y sandalias desvencijadas, se sienta conmigo a tomar un café en una de esas fondas que hieden a grasa que se pudre. Luego, en silenciosa marcha nos encaminamos a la vieja ceiba, hacemos la ronda en busca del amor que a toda costa hay que recobrar, para bien de los hombres, y para bien de mi mismo. Hay gente que al verlo lo distingue, y le pide con insolencia un traje de novia, la carpa de un circo, caballos de pura raza que asciendan ligeros hacia la cima de una montaña. Y cuando el hombre cruz, pálido como la cera derretida, nada puede ofrecerles, la gente enfurecida se pregunta: ¿quién es ese que vende limones en los cruces de los arrabales y lo persigue una jauría que lame las llagas purulentas de sus tobillos? Y el hombre cruz poco antes de partir, confies
Eduardo Campa un poeta que dormia dentro de un roto carro.
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