Nací en una Cuba que ya no existe, en una Habana que de tanto recordar ahora es invisible, 1953, año de la Serpiente, en Abril, un 18, la primavera, tiempo de suerte. Nací medio estrangulado, al parecer no quería salir, fue en la Calzada del Cerro, en un hospital con nombre de virgen, frente a un tren de lavados, allí los chinos y sus fogosas mujeres, al lado de un convento de muchachas inútiles. Estudié arte porque no quería ser químico azucarero, ni mecánico de carreras de autos. Escuela San Alejandro, desdibujaba, malas notas, buen profesor de historia de Arte, Alejo, buenas notas. Persistí como pintor hasta los 70, fui expulsado y terminé en los bosques del Este, en las montañas, comencé a escribir versos incendiarios, nada de eso queda, quizás algún que otro poema en los archivos de los que hoy son viejos gendarmes.
UN TERRITORIO QUE OFRECER
UN TERRITORIO QUE OFRECER Alejandro Lorenzo ALEVAL HEBRA QUE SE DESHACE a S.E. Avellano V iajera que todavía equivocas el destino final de las travesías. Que soñabas con recopilar historias secretas, dentro del mismo vórtice de la sed, la carne y los huesos míos y de otros. Que pretendías crear un lenguaje cifrado para aquellos que nunca volverían a reír. Si supieras que este hombre cuando escribe a media noche siempre espera a que derriben a patadas su puerta. He perdurado frente a una pared gastada y húmeda. En un pasillo que no conduce a ningún sitio. El que escribe jamás pensó que la vida fuera eso, una pared, donde no hay barcos anclados, ni puertos que reciban a ilustres viajeros, ni jardines donde ir a reposar, ni agua sagrada que limpie todos los rencores. Una pared y un interminable pasillo, solo eso. Una pared puede ser cómplice de los secretos de un hombre, pero no lo salva. Quien buena par...
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