Acércate





Acércate,

y dime como fueron las últimas noches en aquella ínsula.

Declara ante el templo que todo hombre lleva
a cuantos amigos perdiste 

y cuantos ahora son irreconocibles. 

Acércate, porque hay palabras que deben ser dichas en tono bajo, 
como si se le hablara a un padre ya anciano 
y henchido de malos presagios. 
Acércate más, quiero ver tus ojos,

que son también los míos
y los de nuestros muertos.
 Que tú boca roce mi oreja, 

para que lo que digas no se disipe

y raudo entre en mi corazón 

como quien sigiloso transita
por ese riachuelo que divide la vida.




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