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El Sacrificio poema en honor a Tarkovsky

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A la memoria del cineasta  Andrei Tarkovsky Transita la noche. El sabio se inclina ante la cruz.  Su mujer duerme y no lo espera a que venga a su lado.  La hija es una piedra  sobre el amplio mapa de las hojas.  El otro descendiente, enmudecido y pequeño,  atraviesa las paredes y como un navegante  busca el carrusel y la luna,  que no son más que cirios encendidos en medio del mar. El Sabio siente que la humanidad pronto sucumbirá, que al amanecer, no estará sobre la tierra. Que un rayo decapitará cada cabeza y nadie tendrá la suerte de renovar sus cantos. Hay Silencio en esa residencia, hay silencio y la nada. Frente a la inmensidad lóbrega que se avecina,   La duda lo cubre, lo transforma, lo hace imperceptible. En esa noche hubiera querido la presencia de la hechicera  que en un juego de ángeles  lo hacia volar por las huellas de su pasado.  El Sabio implora. " Oh Dios que derribas los muros,  y cuelgas

Todo cae y se acrecienta.

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T odo cae y se acrecienta. Caen los ángeles sin importarle que su caída encarne la inclemencia de nuestras apreciadas ilusiones. Caen sobre los bosques de donde surgió el resplandor que ahora llevan los ciervos. Caen y no volverán a ser contemplados porque la esencia de cualquier quimera perdura en todo aquello que se disipa. Caen con el propósito de que los hombres no aspiren sentarse a la sombra de sus alas. Caen porque así cayeron los leones de alabastro que ostentan los reinos para demostrar su poder. Lo que cae, sin dilación, asciende con otro nombre en un ciclo que preserva y devora. Con la ascensión se restablece el orden de lo que fue insólito. Se renueva el garabato en cual se ha escrito la historia del mundo. Cobra esplendor la calcinada tierra, Pasta el ganado en los brazos de ciertos dioses. Al parecer los hombres no pueden estar por mucho tiempo vacíos de ensueños,  
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Al narrador colombiano Armando Caicedo E n esas noches amargas, confundo las voces de los amigos que ya no están con el aullido de los perros. Presiento la cercanía del cuervo que calará con el pico los soportes de mi cama. Uno intenta quedar sereno ante desfiguraciones que emanan de la soledad. Pero de pronto aparece una casa a punto del desplome. Sentado sobre el techo, un niño le demanda al cielo que su madre renuncie buscar refugio en la despensa, Ella no ha salido a ver las estrellas, no sabe del pájaro blanco que puntual se posa en el horizonte . El niño exige con vehemencia que al padre le sea devuelto el ojo y la mano.   Ojo para verlo de cerca y mano que le aplaque el espanto. Siempre con la vista fija en las alturas, las piernas balanceándose en el borde de la cornisa, el niño exige recobrar la carta del hermano caído en combate ¿Que habrá escrito bajo el humo de los obuses?   ¿Cuál mensaje no logró trasmitir a los que agua
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 A mis hijos, Giddelis y Ramses R amas que nacen del mismo tronco.  Árbol sembrado para que en el porvenir  no se transformará en carnicero del alma. En la lejanía los vi crecer,  y detrás de las cercas en un soplo se van los años. Los mensajes llegaban tardíos en aquel territorio  donde alabanzas y maldiciones se gritan en otra lengua. Una sonrisa nunca será plena dentro de un sobre sellado. Poco faltó para perderlos en aquella huida. La libertad tuvo más fuerza que permanecer amándolos. Y no les pude cumplir la promesa de cambiar el mundo. Hubo tantas patrias, que al final ninguna fue verdadera. Afortunados ustedes que nunca donaron sus manos  para construir la tribuna que se debía reverenciar. Al menos preservaron el canto al que lleva a cuesta un planeta roto. Bendecidos en esta concurrencia que el capricho del Eterno ha propiciado. Dichosa la grandeza de quienes abren sus brazos  al que retorna con destellos que sin